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Concepciones filosoficas y naturaleza del enigmatico universo del tiempo (página 2)



Partes: 1, 2

Pitágoras pensaba que los números eran la
medida del tiempo. Heráclito lo concebía "como algo
en constante movimiento", ligado al devenir de los
acontecimientos. Parménides, en contraste con
Heráclito, planteó que como el ser es eterno,
único, inmóvil, inmutable y (negando el devenir),
existe la eternidad y no el tiempo ni el movimiento.
"Parménides, al declarar que «el ser no fue ni
será, sino que es, a la vez, uno, continuo y
eterno
», formula la primera noción de
eternidad, mientras que otro eleata, Meliso de Samos, al
declarar que el ser siempre es, siempre fue y siempre
será, formula la noción de sempiternidad"
(Diccionario de filosofía en CD-ROM de editorial
Herder
). Parménides entendía la eternidad como
negación del tiempo, no como duración infinita.
Para éste, "el ser nunca ha sido ni será, porque es
ahora todo él, uno y continuo". En cuanto que para
Heráclito no hay nada permanente y el cambio caracteriza
todas las cosas, para Parménides el cambio y el devenir
son puras ilusiones irracionales.

Platón nos legó una concepción
cíclica del tiempo al plantear que el tiempo era una
imagen móvil de la eternidad. Hace depender el
mundo sensible del mundo real, y el tiempo de la eternidad.
Así, "desde el punto de vista del mundo inmutable de las
ideas, la eternidad constituye un tiempo ya dado en su totalidad,
cuyo desarrollo da lugar a la apariencia sensible del tiempo"
(Diccionario de filosofía en CD-ROM de editorial
Herder
).

Para Aristóteles, tal vez el más grande y
genial pensador de todos los que se tienen noticias, el tiempo es
algo consustancial al movimiento; el tiempo se mide en
función del movimiento. La rapidez y la lentitud lo son
respecto del movimiento. "El tiempo, dice, es algo que pertenece
al movimiento, es el número del movimiento según lo
anterior-posterior. El tiempo no es, pues, un movimiento, pero no
existiría sin él, ya que solamente existe cuando el
movimiento comporta un número… En definitiva,
Aristóteles acaba por concebir el tiempo como el
movimiento total e infinito, eterno, como marco en el que los
acontecimientos particulares, finitos, pasan a poder ser
concebidos como partes" (Diccionario de filosofía en
CD-ROM de editorial Herder
). Existe el tiempo porque existe
el alma (la inteligencia, la conciencia, la razón), debido
a que ésta verifica la operación de numerar. El
movimiento es un cambio, y como tal consiste en llegar a ser o
dejar de ser. La concepción aristotélica del tiempo
"es la que está en la base de las dos grandes formas de
interpretar el tiempo: una lo enfoca desde una perspectiva
física (el tiempo como medida del movimiento) y la otra,
desde una perspectiva psicológica (no habría tiempo
sin un alma que midiera o, lo que es lo mismo, no habría
propiamente tiempo sin conciencia)" (Diccionario de
filosofía en CD-ROM de editorial Herder
). El
estagirita definió el tiempo como «el número
del movimiento según el antes y el después… Ahora
bien, es imposible que se generen o destruyan ni el movimiento
(pues existe desde siempre), ni el tiempo, ya que no
podrían existir el antes y el después si no hubiera
tiempo. Y ciertamente, el movimiento es continuo como el tiempo,
pues éste o es lo mismo o es una afección del
movimiento» ("Metafísica", IV,11).

Los Estoicos Crisipo y Zenón sostuvieron que el
tiempo está compuesto por partículas temporales
indivisibles. El estoicismo también insistió en el
carácter cíclico del tiempo. Plotino, acogiendo la
idea platónica del tiempo como "imagen móvil de la
eternidad", planteó que el tiempo del alma es producto de
la inteligencia y es la prolongación sucesiva de la vida
del alma. El alma, según éste, "es aquello que le
da su unidad, su continuidad y su realidad al tiempo, al servir
como puente o mediadora entre la eternidad y el devenir que es un
agregado de "ahoras"" (Diccionario de filosofía,
de
Leonor y Hugo Martínez
Echeverri).

En la Edad Media o Medioevo, con la instauración
y consolidación del Cristianismo, aparece una nueva
concepción del tiempo, conservando algunos elementos
platónicos, neoplatónicos y aristotélicos.
Esta doctrina religiosa niega la posibilidad de un tiempo
cíclico y acepta un tiempo lineal. El tiempo
comenzó con la Creación y terminará con el
Juicio Final (segunda venida de Jesucristo). Esta
concepción precisa que "el tiempo discurre como en una
línea recta, sin ciclo alguno, y los hombres viven en un
tiempo terreno, no autónomo sino creado, pudiendo llegar
algún día a alcanzar la eternidad en que se halla
Dios" (Evolución histórica de los conceptos
sobre el tiempo
). Es por ello que "el tiempo aparece como
fundamentalmente lineal y orientado hacia el futuro, y el sentido
de toda la historia aparece como un desplegamiento en el tiempo,
que tiene su origen en la creación ex nihilo y
que culminará en el juicio final, que es el final de los
tiempos… Toda la historia de la humanidad no es más
que el camino hacia la segunda venida de Cristo, y está
jalonada por diversas etapas o edades del mundo."
(Diccionario de filosofía en CD-ROM de editorial
Herder
). Existe el tiempo del mundo terrero y el tiempo de
Dios, la eternidad.

San Agustín de Hipona fue uno de los pensadores
medievales que más tiempo dedicó al problema del
tiempo. Éste tenía una noción del tiempo
como "algo que no tiene dimensión y que, cuando tratamos
de aprehenderlo se esfuma… sino hay presente, ya no hay
pasado y todavía no hay futuro, entonces no hay
tiempo… el alma es la medida del tiempo… pasado,
presente y futuro se transforman en memoria, atención y
espera" (Diccionario de filosofía, de Leonor y
Hugo Martínez Echeverri).

El tiempo es la vida misma del alma, ya que tiene un
componente psicológico: ""es la vida del alma" porque el
pasado aún no existe dado que podemos recordarlo; el
futuro también tiene cierta existencia pues podemos
anticiparnos a lo que sucederá, y el presente obviamente
existe" (Evolución histórica de los conceptos
sobre el tiempo
). Para él, la creación queda
en la eternidad, allende del tiempo. "El tiempo comenzó en
el momento mismo en que el universo empezó a ser. El
tiempo es la medida del movimiento y no pudo, por lo tanto, haber
tiempo antes de que hubiera cosas mutables… Dios
está fuera del tiempo… El ser de Dios es distinto
del nuestro, su ser no es el tiempo" (Filosofía
medieval y del Renacimiento,
de Francisco Beltrán
Peña, y Juan José Sanz Adrados. USTA,
Bogotá, 1993). En sus Confesiones diserta
amenamente sobre el tiempo, y se pregunta: "¿Qué
es, pues, el tiempo? ¿Quién podrá explicar
esto fácil y brevemente? ¿Quién podrá
comprenderlo con el pensamiento, para hablar luego de él?
Y, sin embargo, ¿qué cosa más familiar y
conocida mentamos en nuestras conversaciones que el tiempo? Y
cuando hablamos de él, sabemos sin duda qué es,
como sabemos o entendemos lo que es cuando lo oímos
pronunciar a otro. ¿Qué es, pues, el tiempo? Si
nadie me lo pregunta, lo sé; pero si quiero
explicárselo al que me lo pregunta, no lo sé. Lo
que sí digo sin vacilación es que sé que si
nada pasase no habría tiempo pasado; y si nada sucediese,
no habría tiempo futuro; y si nada existiese, no
habría tiempo presente. Pero aquellos dos tiempos,
pretérito y futuro, ¿cómo pueden ser, si el
pretérito ya no es él y el futuro todavía no
es? Y en cuanto al presente, si fuese siempre presente y no
pasase a ser pretérito, ya no sería tiempo, sino
eternidad. Si, pues, el presente, para ser tiempo es necesario
que pase a ser pretérito, ¿cómo decimos que
existe éste, cuya causa o razón de ser está
en dejar de ser, de tal modo que no podemos decir con verdad que
existe el tiempo sino en cuanto tiende a no ser?"
(Confesiones de San Agustín
.
www.librodot.com).

En esa misma etapa histórica, Santo Tomás
de Aquino lo concibe en estrecha relación con el
movimiento (en sentido del tiempo natural) y desde el punto de
vista teológico. Otros pensadores de la época, como
Duns Escoto, intentaron conciliar las nociones de tiempo exterior
(movimiento que se halla fuera del alma) y tiempo interior (lo
formal o medida del movimiento que proviene del alma).

A partir de la revolución
científica
registrada en los albores de la
modernidad, surge "la noción de un tiempo
abstracto, concebido como un parámetro o una variable
física que vale para todo movimiento, y no sólo
para el uniforme, como lo había considerado
Aristóteles… Tiempo, espacio y materia serán
los tres grandes conceptos de la física moderna
clásica, es decir, del mecanicismo. Así,
desvinculado de su relación con el alma, el
análisis del tiempo se enfocó desde la perspectiva
física. No obstante, se podía entender de dos
maneras distintas: como una realidad absoluta o como una
relación" (Diccionario de filosofía en CD-ROM de
editorial Herder).

La invención del reloj mecánico
contribuyó a la superación de la concepción
subjetiva del tiempo, y así "se fue extendiendo una
noción cada vez más laica del tiempo
(Diccionario de filosofía en CD-ROM de editorial
Herder
). A pesar de que este invento fue condenado por la
dogmática iglesia Católica, ya que, supuestamente,
se abrogaba la "función" de medir el tiempo (exclusiva de
Dios), es a partir de Galileo Galilei (1564-1642) e Isaac Newton
(1641-1727) "cuando la mecánica clásica lo
concebirá como un valor matemático, como algo fijo,
absoluto y medible, que puede conocerse por experimentos, cuya
realidad no precisa relacionarse ya con el movimiento para ser
medida, y que existe desde el fondo de los tiempos hasta la
eternidad, como algo ilimitado e inamovible, constante como un
tic-tac que no puede parar"(Evolución histórica
de los conceptos sobre el tiempo
). Se concibió,
entonces, el tiempo en su relación con los
fenómenos naturales y en su relación con el
espacio. "La primera de estas concepciones es la llamada
absolutista (realidad en sí, independiente de las
cosas); la segunda era la realidad universal, medida necesaria de
la duración; y la tercera es la llamada
relacional; lo común a todas estas concepciones
es que el tiempo se considera en cuanto tiene una sola
dirección y una sola dimensión, es homogéneo
y fluye siempre del mismo modo" (Diccionario de
filosofía,
de Leonor y Hugo Martínez
Echeverri).

El principal representante de la concepción
absolutista o de la de un tiempo absoluto (como
una especie de continente vacío) fue Newton, y de la
concepción relacionista (el orden universal de
los cambios, el orden de las sucesiones fue Leibniz). "Con
Newton, el tiempo pierde definitivamente su carácter
trascendente y deviene nuevamente una realidad, pero que posee
ahora entidad por sí misma y no mantiene ya, por tanto, su
esencial solidaridad con el movimiento ni con un fin, lo cual,
por otro lado, no deja de ser la consecuencia de la
culminación del paso de una visión
teleológica del acontecer a una mecanicista. Su
formulación más clara se halla en los
Principios matemáticos de filosofía
natural:
«El tiempo absoluto, verdadero y
matemático, en sí y por su naturaleza, fluye
igualmente sin relación con nada externo. El espacio
absoluto, por su naturaleza, y sin relación con nada
externo, permanece siempre semejante e inmóvil». El
tiempo y el espacio, por tanto, no son, -según Newton-, un
puro accidente de los cuerpos sino independientes de ellos, que
están y se mueven en su seno. De este modo quedó
definido para la dinámica un único sistema de
referencia para el reposo y el movimiento pero que no está
constituido por un cuerpo o conjunto de cuerpos de manera que los
movimientos son relativos, pero el espacio y el tiempo no. Contra
esta concepción radicalmente realista del tiempo, Leibniz
pretende recuperar un tiempo inseparable de las cosas al
concebirlo sencillamente como relación entre cosas no
simultáneas; como ordenación, podríamos
decir, entre las mismas según relaciones de
«antes» y «después». Dicha
polémica quedó reflejada en la correspondencia
entre Leibniz y Clarke, que actuaba como portavoz de Newton. No
obstante, estas dos concepciones (la absolutista y la
relacional) compartían la creencia en una serie
de propiedades del tiempo, ya que ambas lo consideraban continuo,
homogéneo, ilimitado, fluyente, único e
isotrópico. Por ello, a pesar de lo importante,
conceptualmente, que resultaba caracterizar al tiempo como
realidad absoluta o como mera relación, a efectos
prácticos, las dos concepciones eran igualmente deudoras
de los principios fundamentales del mecanicismo, o mejor a la
inversa, el mecanicismo era deudor de esta concepción del
tiempo" (Diccionario de filosofía en CD-ROM de editorial
Herder). La noción de tiempo relativo en la
mecánica clásica se desprende de la
noción de tiempo absoluto (que imperó en
la filosofía moderna), que no puede ser medido con
ningún instrumento. "El concepto relacional establece dos
principales relaciones: "la objetiva o real, que
condiciona idealmente los objetos relacionados, y la
subjetiva que puede referirse a una relación
humana, o bien, a una condición a priori en todos los
casos en que haya una relación entre el sujeto cognoscente
y un objeto y un objeto conocido o cognoscible" (Diccionario
de filosofía,
de Leonor y Hugo Martínez
Echeverri).

El filósofo idealista alemán Immanuel Kant
(1727-1804), señala Wikipedia, describió el tiempo
y el espacio como formas a priori de la sensibilidad: se trata no
de conceptos, sino, en efecto, de "formas de
sensibilidad"
que suponen condiciones apriorísticas,
o necesarias, para cualquier posible experiencia, ya que
posibilitan la percepción de los sentidos, los cuales, con
el aporte de las categorías a priori de causalidad y de
sustancia, entre otras, permiten que comprendamos lo que
percibimos con los sentidos. Tanto espacio como tiempo no son
sustancias, "sino más bien se trata de elementos de un
armazón o estructura sistemáticos que utilizamos
para organizar nuestra experiencia"
(www.wikipedia.com).

Kant, en cuyo espíritu también
influyó la concepción absoluta del tiempo,
revolucionó la compleja manera de concebir el tiempo. "En
efecto, para Kant, al tiempo le sigue resultando esencial un
carácter de absoluta independencia con respecto a las
cosas que en él se localizan. Pero precisamente esto es lo
que determina que su naturaleza haya de ser distinta de la de
esas cosas. En definitiva, Kant considerará que del tiempo
no se tiene constancia a partir de la percepción, sino
precisamente a partir del hecho de que no puede pensarse la
posibilidad de ninguna percepción si no es suponiendo que
ésta se dé ya en el tiempo. Niega que sea un
concepto empírico, ya que toda experiencia presupone el
tiempo. Por otro lado, tampoco es una " (Diccionario de
filosofía en CD-ROM de editorial Herder). El tiempo ya no
será una cosa, sino una intuición. En su
exposición metafísica del tiempo,
además de mostrar que éste es a priori
(independiente de la experiencia), explicará que "el
tiempo es una intuición, o sea: no una cosa entre otras
cosas, sino una forma pura de todas las cosas posibles"
(Lecciones preliminares de filosofía, de Manuel
García Morente. Ediciones Nacionales, Bogotá,
1984). A través de la exposición trascendental
del tiempo
mostrará que éste "es una forma de
nuestra sensibilidad, una forma de nuestras vivencias"
(Ibídem) y el cauce previo de nuestras vivencias o
sensaciones internas o externas. "Adoptando la
terminología kantiana, el tiempo es una
intuición pura o una forma a priori,
trascendental de la sensibilidad, y constituye (junto
con el espacio) la forma de toda percepción
posible desde el punto de vista de la sensibilidad, así
como la base intuitiva de las categorías. Es
trascendentalmente ideal y empíricamente real, como
condición de objetividad" (Diccionario de filosofía
en CD-ROM de editorial Herder). Este genial pensador
alemán niega al tiempo su carácter de cosa
(oponiéndose a Newton) y de relación (en
disensión con Gottfried Wilhelm Leibniz (1646-1716); no
obstante, coincide con Newton en su concepción del tiempo
como "marco vacío" y con Leibniz al considerar que el
tiempo no tiene realidad fuera de la mente como cosa en
sí.

Para que los juicios sintéticos a priori
(los únicos válidos para hacer ciencia, en concepto
de Kant) sean posibles, "el tiempo actúa bajo su
función sintética, ya que todo juicio presupone una
síntesis, y toda síntesis se fundamenta en las
categorías, las cuales, a su vez, solamente pueden
aplicarse a la experiencia mediante los esquemas, que dependen de
la mediación del tiempo" (Diccionario de filosofía
en CD-ROM de editorial Herder). El tiempo y el espacio,
intuiciones pura, formas a priori de la sensibilidad, formas que
la sensibilidad da a las cosas que le vienen de afuera, son las
"condiciones necesarias para que pueda tenerse la experiencia.
Esta concepción de espacio y tiempo lleva a Kant a negar
de la cosa en sí, lo que le permitió negar la
metafísica como ciencia, ya que los juicios
sintéticos a priori
no son posibles en ésta.
"Que espacio y tiempo son solo formas de la intuición
sensible, y por tanto sólo condiciones de la existencia de
las cosas como fenómenos; que nosotros además no
tenemos conceptos del entendimiento y por tanto tampoco elementos
para el conocimiento de las cosas, sino en cuanto a esos
conceptos puede serles dada una intuición correspondiente;
que consiguientemente nosotros no podemos tener conocimiento de
un objeto como cosa en sí misma, sino sólo en
cuanto la cosa es objeto de la intuición sensible, es
decir como fenómeno…" (Crítica de la
razón pura,
de Immanuel Kant.
www.librodot.com).

Cuando la modernidad entra en su ocaso se impone la
concepción hegeliana del tiempo, la cual considera a
éste "como un camino a través de lo temporal, un
devenir que percibe la propia conciencia del hombre y de las
civilizaciones para ir acercándose a plasmar la Idea, el
Espíritu" (Evolución histórica de los
conceptos sobre el tiempo
), y no como un valor, como un
marco fijo e inamovible, "como marco formal dado previamente a
los acontecimientos o como devenir mismo, quedando eliminada, de
este modo, la cuestión en la pura aconceptualidad del Yo.
De hecho, para Hegel el tiempo es el devenir intuido, el
principio mismo del Yo=Yo; es la pura autoconciencia. El
análisis hegeliano se vincula al aristotélico y
destaca la inseparabilidad del espacio y el tiempo, pero, en el
conjunto de su concepción, el tiempo aparece solamente
como el despliegue de la Idea, en sí misma intemporal, de
forma que la temporalidad es solamente la epifanía de la
Idea o del Espíritu" (Diccionario de filosofía en
CD-ROM de editorial Herder). En consecuencia, en George Wilhelm
Hegel (1770-1831) prima el devenir, "es decir un "primado del
tiempo" a la vez que una coexistencia de lo temporal con lo
intemporal, de tiempo y espíritu; el espíritu en
sí es eterno, pero el tiempo es sólo
espíritu en cuanto se despliega; la temporalidad es una
manifestación de la idea" (Diccionario de
filosofía
, de Leonor y Hugo Martínez
Echeverri).

Desde el punto de vista materialista (de tendencia
marxista y sus adeptos), el tiempo, junto con el espacio, es una
forma básica de la existencia de la materia. Contrario al
idealismo, que niega la objetividad del tiempo y del espacio, "el
materialismo reconoce el carácter objetivo del tiempo y
del espacio, niega la realidad fuera del uno y del otro"
(Diccionario filosófico, de M. M. Rosental y P.
F. Iudin), y afirma que son inseparables de la materia. El tiempo
es unidimensional (el espacio tridimensional) y expresa la
sucesión en que van existiendo los fenómenos que se
sustituyen unos a otros; además, es irreversible: todo
proceso material se desarrolla en una dirección, del
pasado al futuro. El movimiento constituye la esencia del tiempo
y el espacio, razón por la que tiempo, espacio y
movimiento son inseparables.

Federico Nietzsche retoma "el concepto del eterno
retorno de lo idéntico, en el que, a diferencia de la
visión cíclica del tiempo, no se trata de ciclos ni
de nuevas combinaciones en otras posibilidades, sino de que los
mismos acontecimientos se vuelven a repetir en el mismo orden,
tal cual ocurrieron, sin posibilidad de variación"
(www.wikipedia.com). El eterno retorno de las cosas es la vuelta
indefinida del mismo ciclo de acontecimientos. "El eterno retorno
es la liberación del sometimiento a los fines, la
afirmación infinita y feliz de una existencia que
sólo esa misma afirmación puede justificar y, por
último, la sujeción de la existencia a una forma
definida y limitada, que es la expresión misma del poder"
(Historia de la filosofía, de Emile
Bréhier). La metafísica del "eterno retorno"
serviría también de fundamento a la creación
literaria de escritores como Milán Kundera, Ítalo
Calvino, Gilles Deleuzew, Mircea Eliade, Agustín
Yáñez, entre otros.

Superado el idealismo y, con él la
modernidad, surge la época contemporánea,
que se incoará con el "temporalismo" (producto de
la marcada influencia del positivismo) con una nueva
manera de concebir el tiempo gran parte del período
decimonónico. Al término del temporalismo
(doctrina del tiempo que pasa, que no es eterno; del tiempo
secular, profano), núcleo de las teorías
científicas del siglo XIX y comienzos del XX, que
intentó superar el determinismo y el mecanicismo
clásicos (el tiempo sólo es magnitud reversible),
se estableció un paradigma científico nuevo, donde
"las nociones de tiempo y de irreversibilidad juegan un
importante papel, y a partir de las cuales se posibilita una
nueva alianza entre las ciencias de la naturaleza y las ciencias
del espíritu" (Diccionario de filosofía en CD-ROM
de editorial Herder).

La reflexión filosófica del siglo XX
retoma el objeto, el ser y la existencia. La filosofía se
interesó por la vida, y en su quehacer disiente del
pensamiento mecanicista, esquematizante, "pegado a la
superficie", matemático, racionalista y estático,
para valorar lo irracional, lo singular, lo interior, lo
anímico, lo vivencial y lo dinámico.

En la ciencia moderna, condicionada por el paradigma de
un tiempo absoluto, primaban las nociones de legalidad,
determinismo e reversibilidad (posibilidad de que el tiempo
transcurra en sentido contrario), privilegiaba la noción
de eternidad; en tanto que la ciencia contemporánea,
interesándose por lo aleatorio, espontáneo e
irreversible "se desarrolla en contra del determinismo
clásico y del reduccionismo de todo fenómeno a
leyes mecanicistas" (Diccionario de filosofía en CD-ROM de
editorial Herder), que impedía una vinculación con
las ciencias humanas.

Con el ánimo de superar ese universo frío,
mecánico y materialista, tanto de la mecánica
clásica
(con su noción de reversibilidad y
eternidad) como del positivismo (y su cientificismo),
aparece el pensador y escritor Henri Bergson (1859-1941), tomando
"como punto de partida de su análisis la crítica a
la consideración positivista acerca de los
fenómenos psíquicos, y muestra cómo esta
corriente, o bien prescinde de la noción de tiempo, o bien
la reduce a una forma de espacio, ya que estudia los estados de
conciencia como si de hechos exteriores se tratase,
midiéndolos, por tanto, cuantitativamente y
ordenándolos en una sucesión yuxtapuesta, al modo
como se ordenan las cosas en el espacio" (Diccionario de
filosofía en CD-ROM de editorial Herder). A la
sazón, Bergson plantea "la subjetividad del tiempo, dando
un salto cualitativo en las concepciones anteriores. Para
él, hay un tiempo uniforme, objetivo y continuo, del que
podemos medir su duración mediante los relojes, y hayan
tiempo auténtico –el único verdadero-, que
tiene una "duración real" que conforma la propia vida
interior" (Evolución histórica de los conceptos
sobre el tiempo
). El tiempo es un medio de sucesión
de nuestros estados de conciencia. Su visión de un tiempo
no externo, no falseado, que mide la vida interior de la
conciencia se contrapone al determinismo positivista y su
cientificismo, afirmando que "los fenómenos
psíquicos tienen un carácter cualitativo (y por
tanto no pueden ser mesurados cuantitativamente) y que cada
intuición (cualidad) es irrepetible, irreversible y no
puede ordenarse en una instancia reversible y homogénea en
la que prima la yuxtaposición, pues se interpretan y se
funden entre sí formando un fluir único, una
continuidad inseparable (duración). De ahí, pues,
que marque una clara diferencia entre el tiempo espacializado,
que es el tiempo físico que contempla la ciencia y que
Bergson califica de falsificado, y el tiempo auténtico, la
duración de la vida interior de la conciencia, el puro
movimiento en el que no pueden ser diferenciados los momentos
como estados distintos" (Diccionario de filosofía en
CD-ROM de editorial Herder). El tiempo de las ciencias (el del
sentido común, homogéneo, isotópico
y reversible), contrario al auténtico tiempo
(heterogéneo, irreversible, pura novedad) es sólo
una forma del espacio, el cual no tiene "ninguno de los
caracteres que la conciencia reconoce en la duración
real
" (Diccionario de filosofía en CD-ROM de
editorial Herder). "Bergson elabora su idea fundamental, la de la
duración: no solamente el hombre se percibe a sí
mismo como duración (durée réelle), sino que
también la realidad entera es duración y
élan vital. Bergson rechaza el tiempo de las
matemáticas, que es el tiempo introducido en las
ecuaciones de la mecánica, no es el tiempo real, sino una
mera abstracción fruto de una previa
espacialización: una mera sucesión de instantes
estáticos, indiferentes a las diferencias cualitativas y
recíprocamente externos. En las ecuaciones de la
física, el parámetro t, que representa al tiempo,
es reversible, pero en la vida real de la conciencia domina la
irreversibilidad. En el yo interior, los estados de conciencia se
funden y organizan en una unidad que no es espacial, sino que
posee las características de la duración. Desde la
perspectiva de los datos inmediatos de la conciencia, se pierde
esta multiplicidad numérica y sólo queda una
multiplicidad cualitativa que el hombre percibe en una
sucesión continua que enlaza el presente con el pasado, y
en la que no se descomponen las vivencias, sino que se armonizan
entre sí, como sucede, dice Bergson, con las notas de una
melodía: es la duración, que es a la vez el tiempo
real de la conciencia, tal como lo experimentamos profundamente
por medio de la intuición" (www.aquileana.wordpress.com).
Plantea que no vamos del presente al pasado; de la
percepción al recuerdo, sino del pasado al presente, del
recuerdo a la percepción.

La intuición (nuestra forma de conocer y el
método para filosofar) alcanza lo absoluto sin salir del
tiempo. La vida interior o conciencia (libre y cualitativa) es
irreductible al mundo externo, objetivo y medible (el mundo de la
ciencia). El mundo externo no tiene significación con el
mundo interno de la conciencia o vida interior. La
duración (categoría específica del flujo
conciencial, la esencia de la conciencia) pura,
heterogénea, la del tiempo vivido, la del yo profundo y
fundamental, vivida por la ciencia, se sustrae al principio de
causalidad, debido a que la sucesión temporal se
sustenta allí en la simultaneidad del pasado en el
presente. "A caballo entre el siglo XIX y el siglo XX, el
espiritualista Bergson, profundo conocedor, por cierto, de la
teoría de la relatividad, puso muchas objeciones al ya
aludido positivismo, corriente dominante en su tiempo, tratando
de llamar la atención sobre los límites del
conocimiento científico. Para Bergson el tiempo escapa al
dominio de las matemáticas y la física. Se propuso
como primer objeto de meditación la conciencia en continuo
devenir; lo que él llamó la duración real"
(www.wikipedia.com).

Bergson, para quien la filosofía del ser es la
filosofía de la vida, "se entregó con renovado
empeño a la empresa de representar la vida y la libertad
en su específica realidad y significado" (Historia de
la filosofía,
de Johannes Hirschberger).
Disentía de la mecánica clásica y del
positivismo porque, con su visión unilateral, se centraba
en lo externo, en lo superficial de las cosas, el espacio y la
extensión, desconociendo la interioridad del hombre, la
vida de la conciencia, la libertad y la espontaneidad. "El tiempo
de la conciencia humana es heterogéneo, irreversible,
siempre distinto cualitativamente; es continuo, como todo lo
viviente, y, sobre todo incluye la libertad, la creatividad, la
evolución creadora" (Ibídem), en tanto que el
tiempo absoluto, exterior, es una construcción artificial
físico-astronómica y no es real. El tiempo
auténtico, verdadero, real, heterogéneo, es el
tiempo humano (duración). "Al decir que la vida "dura",
queremos expresar que nuestra vida consiste en un continuado
fluir, en el que nada se pierde, sino que todo se acrece con
nuevas adquisiciones, como la bola de nieve que rueda por una
ladera; de forma que todo lo por venir está determinado y
penetrado de lo ya sido, y, consiguientemente, dado que el tiempo
fluye sin interrupción, en cada momento surge lo
irrepetible y único. Duración es, pues, crecimiento
orgánico, movimiento vital" (Ibídem). El tiempo,
que es duración, implica libertad. "Duración es
continuo progreso del pasado, que corroe el porvenir y que se
dila al avanzar. El pasado se conserva en nosotros mismos, y por
el ello una conciencia no puede atravesar dos veces por el mismo
estado. La duración es, pues, irreversible. De este modo
cada uno de nuestros estados corresponde a un momento original e
histórico de nuestra propia existencia. Según
Bergson, hay motivo suficiente para afirmar que lo que hacemos
depende de lo que somos, y que, en cierta medida, lo que somos
depende de lo que hacemos: así, nosotros nos creamos a
nosotros mismos… La vida del hombre es duración y
libertad. Cada uno de los momentos representa alfo nuevo, algo
imprevisible, que se añade a lo que había antes.
Pero al mismo tiempo nuestra vida es conservación del
pasado. Por ello, nuestra vida es creación continua, pero
al mismo tiempo conservación integral del pasado"
(Enciclopedia superior. Círculo de
Lectores).

Wilhelm Dilthey (1833-1911) concibe el tiempo como
historia, ya que la vida es una realidad histórica, que
debe interpretarse en su fluir continuo, en su realización
concreta e histórica, porque "el hombre en lo colectivo es
un ser histórico que no puede vivir de espaldas a su
época" (Evolución histórica de los
conceptos sobre el tiempo
). La concepción de Dilthey
(que junto con otros pensadores como José Ortega y Gasset
(1883-1955), Oswald Spengler (1880-1936) y Arnold Joseph Toynbee
(1889-975) conciben la historia como experiencia que acumulados
para obtener unos frutos y plasmar el mejor de los destinos
factibles) "reclama de la vida como comprensible desde sí
misma, supone no sólo un alejamiento de la
concepción del tiempo como marco desde el cual poder
ordenar, analizar y explicar los hechos englobándolos en
etapas históricas, sino que también implica
postular un tiempo no dado a priori ni añadido
a posteriori, un tiempo que emerge con la vida misma en
su acontecer histórico, en su realización concreta"
(Diccionario de filosofía en CD-ROM de editorial
Herder).

Alfred North Whitehead (1861-1947), que pretendió
crear un método para la elaboración de una
filosofía relacionista del espacio-tiempo, en procura de
fusionar la física con la metafísica, como dos
formas distintas de ver la misma realidad, y que, junto con
Bergson, influyó en la noción de un tiempo
aleatorio, espontáneo e irreversible que propugna por la
alianza entre las ciencias y las humanidades para introducir al
hombre en la temporalidad, tenía una concepción del
tiempo como acontecer, que es la misma naturaleza (que
no es cosa), "en el sentido en que es un corte temporal, una gota
de experiencia, una especie de átomo que concentra en
sí el pasado, el presente y el porvenir, es decir, la
síntesis del universo" (Filosofía
contemporánea,
de Roberto José Salazar Ramos.
USTA, Bogotá, 1995). El principio de relatividad
en física es, para él, la clave para la
comprensión de la metafísica. Como, según
Whitehead, no hay más que una realidad, es real todo lo
que aparece, todo lo dado en la percepción. "Nada existe
fuera de lo presente en la experiencia de sujetos, entendiendo
por sujeto cualquier realidad actual. No hay en el mundo
conceptos estáticos ni sustancias, sino sólo una
redad de acontecimientos. Todos esos acontecimientos son
extensiones actuales, o unidades espacio-temporales"
(Diccionario de filosofía, de Dagoberto D.
Runes).

Como reacción antipositivista y para refutar al
historicismo, que intentó reducirlo todo a la libre
creación histórica, Edmund Husserl (1.859-1938)
planteó que "aunque las vivencias pasan, adquieren un
valor de ser, de existencia temporal, es decir, podemos volver al
original desaparecido mediante la representación
(Diccionario de filosofía, de Leonor y Hugo
Martínez Echeverri).
Husserl, con su
fenomenología, buscaba el fundamento absoluto de la
filosofía en la conciencia, una filosofía sin
supuestos. Distinguió entre un tiempo físico, el
cual obedece a leyes naturales exactas y "responde conforme el
antes y el después de cada acontecimiento, el tiempo
fenomenológico remarcará la unidad de las
vivencias: la duración" y un tiempo fenomenológico,
que "remarcará la unidad de las vivencias: la
duración" (Diccionario de filosofía en CD-ROM de
editorial Herder). El tiempo interno (el fenomenológico)
es la vivencia misma de la conciencia, su fluir continuado. "El
tiempo físico no marca el orden causal entre las vivencias
pudiendo separarlas unas de otras cual si de instantes se
tratara, sino que son las vivencias mismas la propia
temporalidad, y manteniéndose inseparables entre sí
forman el flujo de lo vivido (la duración real). La
temporalidad no es algo ajeno a la conciencia sino que viene dado
por ella" (Diccionario de filosofía en CD-ROM de editorial
Herder).

Martín Heidegger (1889-1976), que dedicó
su reflexión al tema de la temporalidad, distingue entre
la concepción tradicional del tiempo (un marco dado en
donde los acontecimientos suceden unos a otros) y la temporalidad
(con validez ontológica) que surge del
ser-ahí, en donde no se diferencia un antes
(pasado), un ahora (presente) y un después (futuro).
"Heidegger relaciona la angustia ante la muerte con la idea de
temporalidad en su obra Ser y tiempo; la angustia de la
muerte es un todavía no, un esperar en el futuro, y la
decisión de existir en una actualidad (ahora); funda la
historidacidad en esta temporalidad" (Diccionario de
filosofía de Leonor y Hugo Martínez
Echeverri).

A partir de los planteamientos einstenianos,
relacionados con la formulación de la teoría de
la relatividad,
surgió un nuevo concepto y una nueva
concepción filosófica y científica del
tiempo, debido a que éste, según Albert Einstein
(1879-1955), es relativo y no absoluto (con él desaparece
la noción de un tiempo absoluto); esa nueva magnitud
(relativa) varía en función de quien lo mide y bajo
qué circunstancias se mida. En el universo no existe
ningún marco referencial fijo. "No es tan sólo que
la percepción subjetiva que tenemos de la duración
de un acontecimiento sea variable, sino que como magnitud
física el tiempo es variable, está también
en función del sujeto que la experimenta, dependiendo de
la velocidad a la que se mueve, y en relación con la masa
de los objetos, de la posición estática o en
movimiento de quien lo mide, de su posición cercana a una
masa gravitatoria o alejada de ella, y en todos estos casos
precisos relojes marcarán desfases constatables,
aún siendo pequeñísimas fracciones de
segundo" (Evolución histórica de los conceptos
sobre el tiempo
). De esta manera expiró la
concepción de un tiempo absoluto y universal, lo que
permitió que la ciencia del siglo XX empezara a investigar
con dimensiones que trascienden nuestro espacio físico,
logrando una concepción más holística del
mundo y un acercamiento de las ciencias exactas a las
humanidades. "Se comenzó a hablar de hiperespacios con
decenas de dimensiones y a calcular matemáticamente sus
intrincadas ecuaciones, que permitían desarrollos de las
propiedades físicas existentes en ellos, aunque no siempre
fueran fáciles de comprender sus resultados, por la
dificultad de imaginarlos" (Evolución histórica
de los conceptos sobre el tiempo
). Este genial
científico alemán revolucionó las nociones
del tiempo y del espacio al relacionarlos y fusionarlos en el
concepto de espacio-tiempo, relacionado con la
cuarta dimensión. En esta concepción, el
tiempo adquiere un carácter distinto ya que, unido al
espacio, determina las características de la materia y del
movimiento… Así, el continuo
espacio-tiempo tetradimensional puede concebirse como
una representación matemática desde la cual se
entienden los fenómenos" (Diccionario de filosofía
en CD-ROM de editorial Herder).

La principal conclusión de la teoría de la
relatividad einsteniana consiste "en establecer que el tiempo y
el espacio no existen de por sí, al margen de la materia,
sino que se encuentran en una interconexión universal de
tal naturaleza que en ella pierden su independencia y aparecen
como partes de un espacio-tiempo único e indivisible" "
(Diccionario filosófico, de M. M. Rosental y P.
F. Iudin).

Conclusión

Como se aprecia, el problema del tiempo es muy complejo,
intrincado e insondable. Cada concepción filosófica
del tiempo nos lleva a explorar paradigmas y universos
múltiples; no podemos defender o refutar, de manera
obtusa, ninguna de ellas, por cuanto éstas han sido
"modelos" de concebir la existencia y desarrollar el quehacer
científico. El tiempo que los científicos tienen en
su punto de mira es muy diferente al que perciben nuestros
sentidos. Tiempo cíclico, lineal, absoluto, relativo,
duración… son nociones que han direccionado y
condicionado el pensamiento, la ciencia, el arte, la literatura y
otras manifestaciones culturales.

Antes que tratar de penetrar (¿infructuosamente?)
en la compleja e intrincada maraña del tiempo, lo
importante es aprender de nuestro tiempo, saber dónde
estoy y para dónde voy, unir lo que quiero y lo que soy.
En la naturaleza todo está pensado, todo tiene una
función. El ser humano cuando camina deja su huella. De lo
único que somos dueños es de nuestro presente; no
nos pertenece el pasado ni el futuro, ¡sólo el
ahora!; cada instante presente es una realidad. ¡Quien
descubre que el tiempo es su único presente, podrá
salir de la cárcel del tiempo! Para salir de la
cárcel del tiempo se necesita conocer el tiempo (si es que
ello es posible), saber qué es; cuál es nuestro
deber: ¿A qué vine al mundo?, ¿cuál
es mi misión?, ¿cuál es mi objetivo en esta
vida?

El problema del tiempo es tan enigmático y
paradójico que, precisamente, siendo el tiempo el que nos
da la vida, es éste (¡quién puede negarlo!)
el que nos la va quitando, porque desde que nacemos comenzamos a
morir… y quien pierde el tiempo, pierde vida porque el
tiempo es vida.

 

 

Autor:

Luís Ángel Ríos
Perea

2010

Partes: 1, 2
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